domingo, 8 de marzo de 2009

EL TRAUCO - Leyenda de Chiloé

El Trauco, es un hombre pequeño, no mide más de ochenta centímetros de alto, de formas marcadamente varoniles, de rostro feo, aunque de mirada dulce, fascinante y sensual; sus piernas terminan en simples muñones sin pies, viste un raído traje de quilineja y un bonete del mismo material, en la mano derecha lleva un hacha de piedra, que reemplaza por un bastón algo retorcido, el Pahueldún, cuando está frente a una muchacha.

Es el espíritu del amor fecundo, creador de la nueva vida, padre de los hijos naturales. Habita en los bosques cercanos a las casas chilotas.
Para las muchachas solteras, constituye una incógnita que les preocupa y las inquieta. Según opinión de unas, se trata de un horrible y pequeño monstruo, que espanta y de cuya presencia hay que privarse, a toda costa. Otras opinan distinto y manifiestan, que si bien es feo, no es tan desagradable, sino, muy por el contrario, atractivo... Otras en lucha tenaz y permanente, dicen haberlo eliminado de sus pensamientos, en los que alguna vez vibró quemando sus entrañas...

Las madres toman todas las precauciones, para evitar que sus hijas, ya “solteras”, viajen solas al monte, en busca de leña o de hojas de “radal”, para el “caedizo” de las ovejas, ues generalmente es en el curso de estas faenas, cuando “agarra”, o con más propiedad “sopla”, con su “pahueldún”, a las niñas solitarias, pero nunca si van acompañadas, aún de sus hermanitos menores.
El Trauco no actúa frente a testigos...éste, siempre alerta, pasa gran parte del día colgado en el gancho de un corpulento “tique”, en espera de su víctima.
En cuanto obscurece, regresa a compartir la compañía de su mujer, gruñona y estéril, la temida Fiura.
Cuando desea conocer de cerca, las características de su futura conquista, penetra en la cocina o fogón, donde donde se reúne, al atardecer toda la familia, transformado en un manojo de quilineja, que en cuanto alguien intenta asirlo, desaparece en las sombras.
A las muchachas que le tiene simpatía, les comunica su presencia depositando sus negras excretas, frente a la puerta de sus casas.
Todo su interés se concentra hacia las mujeres solteras, especialmente si son atractivas. No le interesan las casadas. Ellas podrán ser infieles, pero jamás con él. Cuando divisa desde lo alto de su observatorio a una niña, en el interior del bosque, desciende veloz a tierra firme y con su hacha, da tres golpes en el tronco de tique, donde estaba encaramado, y tan fuerte golpea, que su eco parece derribar estrepitosamente todos los árboles. Con ello produce gran confusión y susto en la mente de la muchacha, que no alcanza a reponerse de su impresión, cuando tiene junto a ella, al fascinante Trauco, que la sopla suavemente, con el Pahueldún. No pudiendo resistir la fuerza magnética, que emana de este misterioso ser, clava su mirada en esos ojos centellantes, diabólicos y penetrantes y cae rendida junto a él, en un dulce y plácido sueño de amor.... Transcurridos minutos o quizás horas, ella no lo sabe, despierta airada y llorosa; se incorpora rápidamente, baja sus vestidos revueltos y ajados, sacude las hojas secas adheridas a su espalda y cabellera en desorden, abrocha ojales y huye, semiaturdida, hacia la pampa en dirección a su casa.
A medida que transcurren los meses, van apreciándose transformaciones, en el cuerpo de la muchacha, poseída por el Trauco. Manifestaciones que en ningún instante trata de ocultar, puesto que no se siente pecadora, sino víctima de un ser sobrenatural, frente al cual, sabido es, ninguna mujer soltera está lo suficientemente protegida...
A los nueve meses nace el hijo del Trauco, acto que no afecta socialmente a la madre ni al niño, puesto que ambos, están relacionados con la magia de un ser extraterreno; quien no siempre responde al “culme”, lanzado con el objeto de alejarlo y escapar de los efectos de su presencia; o los azotes, dados a su Pahueldún, que debería afectarlo intensamente; como en igual forma a la quema de sus excrementos. Su potencia es tal, que en ciertas ocasiones, nada ni nadie puede detenerlo... (Publicación del Dr. Bernardo Quintana Mansilla, “Chiloé Mitológico”).

El mito de Perséfone y el origen de las cuatro estaciones

Perséfone, en la mitología griega, era la hija de Zeus, padre de los Dioses, y Deméter, diosa de la fecundidad, de la tierra y la agricultura, símbolo de esa fecundidad que ella llevaba consigo. Vivía en un bosque lejano, en cuyos lindes se abría la espesura, rodeada de otras ninfas como ella, hijas de dioses o de dios y mortal. Con ellas jugaba y se crió, siempre bajo la vigilancia de su madre, que era toda ternura con su pequeña hija.

Perséfone creció feliz entre juegos, risas, cantos y bailes. Pero no todo podía ser hermoso, resultó que un día en que Hades, señor de los infiernos, se encontraba paseando por los límites de sus terrenos, se acercó demasiado a esa espesura en la que acababa el bosque, hogar de Perséfone. La vio, teniendo todo lo que él no tenía, esa gracia, esa vitalidad... y se enamoró, insistiendo en casarse con ella. En este punto, las historias se mezclan, hay quien dice que Zeus, el padre, no queriendo tener problemas con el amo de los infiernos, dio su consentimiento a la boda, sin dejarse ablandar por las súplicas de Deméter o las lágrimas de su hija. Otros cuentan que fue el propio Hades el que acabó urdiendo un plan por el que su amada bajaría a su reino, ya que él no podía abandonarlo. Y fue así que encantó una de esas flores que tanto le gustaban a la protagonista de nuestra historia, así que cuando ella se acercó un día que recogía flores para hacer una diadema, la flor encantada la engulló haciéndola descender al hogar de Hades.

Fueron días muy duros para Perséfone, que vio desaparecer todo aquello que amaba: las flores, el verdor del césped, las gotas de rocío con las que lavaba su cara al salir el sol... Al principio se mostró reticente incluso a entablar ninguna conversación con Hades, y se escondió en su mundo de recuerdos, pero según pasaban los días el enfado y la negación dieron paso a una resignación triste.

Hades había ya dispuesto todo para su boda, y llegado el día, Perséfone, ya sin lágrimas por todo lo que había llorado, dio el "sí, quiero", a su raptor.

Mientras tanto, Deméter buscaba a su hija desesperadamente. Durante 9 días y 9 noches recorrió cada rincón de la tierra buscándola, hasta que el décimo día, el Sol, que todo lo ve, decidió contarle lo que había visto, la joven recogiendo flores y la tierra engulléndola. Deméter enfureció y dejó la tierra, que sin su presencia se quedó estéril y vacía, nada crecía ya en ella. Marchó a hablar con Zeus para que le exigiese a Hades que devolviera a la muchacha. Pero cuando Zeus iba a tomar cartas en el asunto era demasiado tarde y ya Perséfone se había casado con Hades, comiendo perlas de una granada en el pequeño banquete que hubo tras la boda, sin saber que la granada es la fruta del inframundo, que la retendría allí para siempre.

Pero todo esto no arredró a Deméter, que acabó bajando por su propio pie al mismo Infierno, tras cruzar la laguna Estigia, y sin temer al perro Cancerbero, fiel seguidor de Hades y guardián de las puertas infernales. Y allí, frente a frente con Hades, repitió su intención de recuperar a su hija y de permanecer en el infierno hasta que ella regresara a la tierra con ella.

Viendo Zeus que la tierra agonizaba sin Deméter en ella, que las flores se negaban a crecer, los pastos amarilleaban y hasta los animales dejaban de tener crías, se puso esta vez de parte de Deméter, y así acabaron llegando a un acuerdo con Hades. Perséfone pasaría medio año con él en el mundo de los muertos, y el otro medio con su madre, bajo el sol, y esta solución intermedia fue la que finalmente aceptaron todos, llegando Perséfone a reinar junto a Hades (y se cuenta que a interceder por los vivos en más de una ocasión) la mitad del año en que vivían juntos.

Es por esto por lo que la mitad del año, todo florece y llega la primavera, personificada en Perséfone, y la otra mitad, aquella en que vuelve al hogar de Hades, llega el frío, las lluvias y las nieves, ya que ella ha marchado y su madre la extraña y llora, regando los campos con nieve y hielo. Y así es como nosotros, los humanos, tan lejos de dioses, diosas y héroes, acabamos recibiendo las consecuencias de sus actos, siendo esta vez la secuencia de estaciones lo que nos llega de toda esta historia.

Teogonía

En todas las culturas que a lo largo de la historia se han ido superponiendo el hombre ha sentido siempre interés y preocupación por conocer la manera en que el mundo ha sido creado, recurriendo para encontrar respuesta a su inquietud a la elaboración de sistemas mitológicos y religiosos más o menos confusos que, al fin, le brindaban una solución aceptable para su mente y una tranquilizadora sensación de seguridad.



Los antiguos griegos, como no podía ser de otro modo, sintieron igualmente esa necesidad y desde tiempos remotos elaboraron explicaciones míticas que brindaban respuesta a esta tan espinosa cuestión. Quizás la primera de ellas sea la atribuida a los pelasgos, uno de los pueblos prehelénicos que en tiempos neolíticos arribó a Grecia. Estos hombres, que por su vida licenciosa habrían de ser luego criticados duramente por Heródoto, pensaban que del Caos inicial había surgido una Gran Diosa Madre, Eurínome, que tras crear a la serpiente Ofión, se transformó en paloma y puso el Huevo Universal, del que surgirían el sol, la luna, las estrellas, la tierra, las plantas, los animales,..... Este ancestral mito pelásgico nos retrotrae a los tiempos de sociedades matriarcales en que la mujer jugaba un papel reproductor esencial. Era ella la que procreaba los hijos y se pensaba que el hombre no jugaba aquí ningún tipo de función. Las mujeres quedaban preñadas por la acción del viento o la ingestión de ciertas habichuelas. Mucho tiempo después se seguiría pensando, todavía, que el viento céfiro fertilizaba a los animales y que era un hecho conocido que las yeguas, cuando volvían sus cuartos traseros hacia él, solían quedar preñadas sin intervención de semental (1).



Otras versiones griegas de la creación del mundo se reflejan, a modo de ejemplo, en la propia Ilíada, en la que Homero nos transmite que "algunos dicen que todos los dioses y todas las criaturas vivientes surgieron del Océano que circunda el mundo y que Tetis fue la madre de todos sus hijos". Los seguidores de los ritos órficos, por su parte, pensaban que había sido la Noche, preñada por el Viento, la que habría producido un huevo del que luego nacería Eros, fuerza vital en la que se encuentra el origen del universo.



No obstante, de todos los mitos griegos sobre la creación del mundo, el más elaborado, sin duda, es el que Hesíodo nos ha transmitido en su Teogonía, obra en la que además de explicar el origen del universo vemos como dioses y mortales van cruzando luego sus vidas en íntimas uniones o matrimonios, dando paso a sucesivas generaciones de dioses y héroes cuyos mitos explican las singularidades que el mundo y la naturaleza nos ofrecen.

El Caos, inmenso vacío que precedió a la formación del Universo, existió, según el mito de Hesíodo, antes que ninguna otra cosa, de manera que en esa noción griega del Caos encontramos evidentes similitudes con el Génesis bíblico, que nos dice que la tierra estaba desierta y vacía, y las tinieblas reposaban sobre la superficie del abismo. De ese primer principio, el Caos, surgió Gea, la Tierra, que desde la Nada se dio vida a si misma, siendo más adelante morada perenne y segura para los inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo. Sobresale de todo esto que para los griegos antiguos el mundo no fue obra creadora de un Dios transcendente, sino que se formó por sí solo, espontáneamente.

En lo profundo de la espaciosa Tierra surgió el tenebroso Tártaro, lugar subterráneo que según Hesíodo está separado de la superficie terrestre por la misma distancia que existe entre el cielo y la tierra. Habría de ser el Tártaro el lugar donde sufrirían horribles suplicios las almas de quienes merecían castigo por los crímenes cometidos en su vida.



Eros, el más bello de los dioses inmortales, que libra de cuidados a todas las deidades y a todos los hombres, existió tras la Tierra y el Tártaro. Es el gran dios del Amor, sin duda una de las fuerzas primordiales de la naturaleza, ya que gracias a él los seres se unen y crean vida, asegurando la reproducción de las especies.



Del Caos nacerían la negra Noche (Nicte) y su hermano Érebo, que personificaba las Tinieblas del Infierno, del mundo subterráneo en cuyas profundidades más recónditas se situaba el Tártaro. De la incestuosa unión amorosa de ambos hermanos nacieron dos hijos, el Éter y el Día. El Éter, la zona más elevada del Cielo, donde llegan los rayos solares más puros, llegaría a ser la morada preferida de Zeus.


Nos sigue explicando la Teogonía como Gea, la Tierra, engendró por si misma a Urano, el estrellado Cielo, de igual extensión que ella y con la finalidad de que la cubriese toda y fuera una morada perenne y segura para los bienaventurados dioses. Creó, igualmente, las elevadas Montañas, en cuyos bosques, bailando y cantando, encontrarían una vida apacible las divinales Ninfas, personificadoras de la fecundidad y vitalidad de la naturaleza. Dio también a luz, pero sin mediar el deseable amor, al Ponto, estéril piélago de hinchadas olas.



De las abundantes uniones sexuales del Cielo y la Tierra, su madre, habrían de nacer, primero, el Océano, de remolinos profundos, y más adelante el taimado Cronos y la primera generación de dioses. Cronos, uno de los titanes, doce en total, seis varones y seis hembras (las titánidas), fue el más terrible de los hijos del Cielo y de él nos destaca Hesíodo, sobre todo, el floreciente odio que sintió hacia su padre. También parió Gea (la Tierra) a los Cíclopes, semejantes a dioses pero con un solo ojo en la frente, que fueron arrojados al Tártaro por su padre, Urano, que temía que le arrebatasen su poder. De allí habrían de ser liberados más adelante por Cronos y los Titanes, sus hermanos.



A medida que Gea iba pariendo los hijos que sus frecuentes relaciones con Urano producían este en vez de dejar que salieran a la luz, los encerraba en el seno de la Tierra, gozándose en su mala obra, lo que fue motivo de una creciente aflicción de Gea que, henchida de ellos, suspiraba interiormente y al fin ideó una pérfida y engañosa trama. Nos narra Hesíodo que Gea "Produjo en seguida una especie de blanquizco acero, construyó una gran falce (2), mostróla a sus hijos, y con el corazón apesadumbrado hablóles de esta suerte para darles ánimo:



- ¡Hijos míos y de un padre malvado! Si quisierais obedecerme vengaríamos el ultraje inicuo que nos infirió vuestro padre; ya que fue el primero en maquinar acciones indignas. -



Así se expresó. Sintiéronse todos poseídos de miedo, sin que ninguno osara desplegar los labios, hasta que el grande y taimado Cronos cobró ánimo y respondió a su madre veneranda de esta manera:



- ¡Madre! Yo prometo ejecutar esta obra, pues nada me importa nuestro padre de aborrecido nombre, ya que fue el primero en maquinar acciones indignas. -



Tal dijo; y el corazón se le llenó de alegría a la vasta Tierra, la cual ocultó a Cronos, poniéndolo en acecho con la hoz de agudos dientes en la mano, y le refirió íntegramente la dolosa trama. Vino el gran Cielo, seguido de la Noche; y deseoso de amar, se acercó a la Tierra extendiéndose por todas partes. Entonces el hijo, desde el lugar en que se hallaba apostado, echó la mano izquierda a su padre; y, asiendo con la diestra la grande hoz de afilados dientes, cortóle en un instante las partes verendas y tirólas hacia atrás. No en balde salieron de su mano: las gotas de la sangre derramada las recibió la Tierra, la cual parió en el transcurso de los años a las robustas Furias (3), a los enormes Gigantes (4), que vestían lustrosas armaduras y manejaban ingentes lanzas, y a las Ninfas llamadas Melias en la tierra inmensa......"

Las partes verendas de Urano, que habían sido cortadas por su hijo Cronos, fueron arrojadas al undoso Ponto, donde durante mucho tiempo fueron llevadas de acá para allá en el piélago, hasta que mucho después de esas desgajadas porciones de la carne de Urano, que habían terminado siendo cubiertas por la blanca espuma del mar, nació una bellísima diosa, que sería conocida como Afrodita y que se encaminó a la isla sagrada de Citera, entre Creta y el Peloponeso, cerca de las costas de Laconia. Desde entonces esa isla se reflejaría en la literatura como un lugar maravilloso consagrado al amor y los placeres. Más tarde la diosa se dirigió a Chipre.

Sigue narrando Hesíodo que: "Al salir del mar la veneranda hermosa deidad, brotaba la hierba doquier que ponía sus tiernas plantas. Dioses y hombres la llaman Afrodita, porque se nutrió en la espuma; Citerea, la de hermosa diadema, porque se dirigió a Citera; Ciprogénea, porque nació en Chipre, la isla azotada por las olas; y Filomédea, porque brotó de las partes verendas. Acompañábala Eros y seguíala el hermoso Deseo, cuando, poco después de nacer, se presentó por vez primera en el concilio de los dioses. Tal honra tuvo Afrodita desde un principio y cupiéronle en suerte, entre los hombres y los inmortales dioses, los paliques de las doncellas, las risas, los engaños, los dulces placeres, el amor y las ternezas".



Afrodita llegaría a ser la gran diosa griega del amor, que en sus orígenes enlaza con las reverenciadas diosas-madres del Mediterráneo oriental. Los fenicios habrían extendido su culto desde Siria hasta Chipre, Citera y la Grecia continental, lo que Hesíodo recogió, de algun modo, en su explicación mítica. Más adelante, ya en tiempos de la gloria de Roma, pasaría a ser conocida como Venus.



NOTAS

(1) Plinio, en su Historia Natural, nos transmite varias noticias que confirman, ya inmersos en el siglo I de nuestra Era, esta creencia. Así al hablar de los pueblos lusitanos, en el Libro IV,116: "Los oppida más famosos sitos sobre la costa a partir del Tagus (Tajo) son Olisipo (actual Lisboa), célebre por sus yeguas, que son fecundadas por el viento favonio (el céfiro o viento del oeste). Igualmente, en VIII, 166: "Es verdad que en Lusitania, en los alrededores del oppidum de Olisipon y del río Tagus, las yeguas vueltas hacia el viento favonius respiran sus fecundantes auras, preñándose de este modo; los potros que paren salen rapidísimos en la carrera, pero su vida no pasa de los tres años".

(2) El arma que fabricó Gea, como más adelante explica el propio texto, fue una gran hoz de dientes afilados.



(3) Las tres Furias, las Erinias Alecto, Tisífone y Megera, eran divinidades infernales que perseguían sin descanso a los criminales, a los que causaban una angustia eterna. Fueron muy temidas en el mundo clásico.



(4) Se trata de una raza monstruosa que destacaba por su enorme tamaño y fuerza colosal; en lugar de piernas poseían una cola de serpiente. Animados por su madre Gea habrían de entrar en guerra con los dioses olímpicos, siendo vencidos.

Para la confección de este estudio los textos de Hesíodo están tomados de la versión de La Teogonía publicada por Clásicos Universales Fontana (Barcelona), siendo la traducción de Don Luis Segalá y Estalella.

Estudio extraído de: http://perso.wanadoo.es/historiaweb/simbolos/creacion/index_creacion.htm